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Crónica

En el año 2019 quise empezar a componer una pieza, se llamaba Kowloon. Conceptualicé un poco, tenía todo para ponerme a trabajar pero al sentarme en el estudio la cosa no fluía. No pasaba de unos pocos objetos sonoros que, para colmo, no me terminaban de convencer. Pero no soy de quedarme mirando la hoja en blanco. Si las hay, encaro otras ideas, pruebo con otros proyectos. Descanso. Dejo pasar el tiempo y más adelante, de alguna manera, todo suele volver a encaminarse. El tiempo es un sabio compañero.

Tres años después, más precisamente en abril de 2022, volví sobre el proyecto con un par de ideas frescas. Prendieron. La pieza la terminé en mayo y la estrené en junio en un concierto que organizamos junto a Gabi Yaya en la Universidad Nacional de Córdoba. Al día siguiente, como José Halac me había invitado a charlar un poco con sus estudiantes de composición, la volvimos a escuchar en ese contexto, más íntimo, si se lo quiere pensar así. Mientras contaba un poco del proceso creativo José me hizo un comentario que me quedó marcado, respecto a lo muy controlado que se sentía el uso del espacio y a lo cinematográfica que sonaba la pieza por momentos. Y pasó algo un poco mágico: el comentario apuntaba sobre algo que yo había trabajado mucho pero de lo que todavía no había hablado ni hecho explícito, no lo había puesto en palabras en ese aula. Es decir, sentí que la música había hecho lo propio. Y con eso me convencí de algo que no es muy común en mí –al menos cuando están recién salidas del horno–: que la pieza tenía algo que la hacía valer la pena.

La Canadian Electroacoustic Community [CEC] organiza anualmente el concurso JEU DE TEMPS / TIMES PLAY [JTTP], en el que regularmente, por reglamento, participan solamente canadienses. Sin embargo, en el pasado 2022, en una iniciativa fruto de la colaboración con el Centro Mexicano para la Música y las Artes Sonoras [CMMAS] se abrió el juego a que pudiéramos participar desde toda Latinoamérica. Y con el convencimiento de que la pieza tenía algo por contar, la mandé. Meses después, recibo la noticia: gané el Premio Hildegard Westerkamp, una de las categorías del concurso. Además, a quienes resultamos premiados nos dieron la posibilidad de enviar un proyecto para participar por una plaza de residencia artística en Sporobole, que como centro de artistas es parte de la red que conforma la CEC. Envié un proyecto nuevo, que también venía macerando hace tiempo y que creí que, en caso de quedar seleccionado, una residencia de las características que tenía esta, sería una buena oportunidad para comenzar a desarrollarlo. Al equipo curatorial de Sporobole le gusta mi propuesta y quedo seleccionado.

Vuelvo un momento en el tiempo al año 2016, en Manizales, Colombia. En el contexto del Mercado CirculART que organizó el Festival Internacional de la Imagen, conocimos a Eva Quintas y Michel Lefebvre, quienes representaban a TOPO, un centro de artistas de Montreal. Con Andamio teníamos un showcase de 30 minutos en el que presentamos dos piezas: El tren y El lenguaje de los árboles. A Eva y Michel les gustó nuestra performance y quedamos en contacto. El vínculo fue generoso: dos años más tarde –en 2018– fuimos invitados a una residencia de creación en Montreal, en las propias instalaciones de TOPO en la que compusimos Mother, la pieza con la que cerramos el encuentro de la Electronic Literature Organization, que ese año precisamente, fue en Montreal.

En 2022 volvimos a trabajar con TOPO. Esta vez, también en colaboración con el Centro de Cultura Digital [CCD] de Ciudad de México. A partir de un apoyo que ganamos en conjunto, pudimos lanzar una iniciativa de creación colectiva en literatura electrónica: la Incubadora de Literatura Digital [ILIDI], con el objetivo de apoyar la práctica de una cohorte de 20 artistas de Québec y México a través de un programa de intercambio y aprendizaje en creación digital que tuvo lugar en la virtualidad. El desafío siguiente era, durante algún momento de 2023, y ya lejos de las virtualidades obligadas por la pandemia, intentar montar los resultados –que corren en ámbitos de realidad virtual– en algún evento presencial con cascos VR. Así que aprovechando el hecho de la ida a Sporobole, organizamos dos presentaciones: en Factory Media Centre [FMC], en Hamilton; y en las propias instalaciones de TOPO, en Montreal, a la salida de la residencia.

Al llegar a Montreal, Gate me estaba esperando con un cartelito con mi nombre. Cruzamos caminando todo el estacionamiento y subimos a su auto, en el que después de dos horas de viaje, llegamos a Sherbrooke. Me hizo el primer recorrido guiado por Sporobole: la residencia, el estudio, el espacio de trabajo colaborativo y su oficina, donde conocí a Guillaume y a Michel Huneault, otro artista en residencia que partía al día siguiente y con quien compartimos una cerveza esa misma noche en Siboire Dépôt. Era el IPA day, cómo desaprovecharlo. Pasé el fin de semana haciendo caminatas y reconocimiento de terreno y el lunes conocí al resto del equipo: a Magalie, Erik, Léonie, Filipa, Nicolás y Chucrut. A Jessica y a Vicky las conocería al día siguiente. También en un almuerzo conocí a Pao –una argentina con quien oportunamente descansé del francés y del inglés– que después de contarle de qué iba mi residencia, me recomendó ir al Bois Beckett –un bosquecito que por momentos es muy solitario– como locación para el proyecto. Excelente servicio, pasé toda una tarde haciendo registro allá.

Según lo coordinado, el jueves de esa semana temprano me pasó a buscar Gate para acompañarme a ascender el Mont Orford. Tenía que ir a hacer registro sonoro y audiovisual así que allá fuimos. Además de conocer el camino, Gate es un gran técnico y un excelente contador de historias. Imposible pasarla mal o aburrirse. Volví con un montón de ideas y con las SD llenas de material para ponerme a trabajar.

Promediando el fin de semana –y por recomendación de Pao– también conocí a Danny, otro argentino con el que compartimos cervezas en Le Boq y planeamos una pequeña excursion en canoa al lago Magog, al que fuimos con Magalie y Chucrut, su perrita. Hubo mate y facturas, quién lo diría: como en casa.

El work in progress del trabajo realizado tuvo su momento público en una sesión de open studio que compartimos junto a Gabriel Mercure, otro artista que finalizaba su residencia casi a la par. Entre cervecitas, primero él y después yo, mostramos los avances de nuestros proyectos y charlamos un poco a partir de los comentarios que fueron surgiendo. Al cierre llegaría invitación de Vicky para ir a Mexi & Co, un restaurante mexicano donde compartimos una orden de nachos enorme –enorme– y una charla que supo tocar todos los temas.

El último día, con la residencia ya habiendo llegado a su fin pude también conocer a Éric Desmarais, el director general de Sporobole, charlar un poco del proyecto y tener un breve pero enriquecedor intercambio. Ya solo me esperaba el viaje en bus a Montreal. Después de un último brindis con Vicky frente a la terminal, encaré el viaje. Unos meses atrás, cuando conceptualizaba algunas ideas sobre el proyecto de la residencia jugué un poco con MidJourney y Dall-E, dos generadores de imágenes a partir de texto que operan con inteligencia artificial. Conservé unas pocas imágenes de esa sesión de experimentos, en especial unas sobre un campo entre verde y amarillo que se hizo visible a partir del pedido de un «paisaje de Sherbrooke con Mont Orford en el horizonte». Después de unos veinte minutos de viaje en bus, el paisaje me regaló una postal un tanto increíble: esos colores verdes y amarillos, los reales, aquellos de los que el algoritmo se alimentaba para hacer la generación de imágenes. Si bien sé cómo funcionan esas aplicaciones, ese acontecimiento me tuvo pensando por el resto del viaje. Me pareció fortuita la combinación, el momento del año para que se de esa paleta exacta, todo.

En Montreal nos reencontramos con Eva y Michel. Anfitriones de lujo por definición. Planeamos apenas con Michel el viaje hacia Hamilton, porque era el día siguiente. Como los boletos de tren ya estaban muy caros –suben de precio al querer comprarlos a último momento– definimos ir en auto. Un viaje de volante compartido que originalmente debía durar entre 6 y 7 horas que terminó siendo de casi 9 por la intempestiva tormenta de verano que nos azotó en la ruta. Por eso y por la parada en Napanee para comprar un par de vinos de Ontario –vinos de Sandbanks, recomiendo– para no llegar a lo de Jessi y Luis con las manos vacías. Llegamos casi a la madrugada, tomamos una cerveza y dormimos porque nos esperaba un día de montaje.

Después de desayunar, caminamos a Factory Media Centre para conocer el lugar y comenzar a montar –junto a la ineludible mano que nos dieron Eli y Jessi– los cascos VR y un par de compus corriendo las instalaciones virtuales. Por la tarde Kristina dio las palabras iniciales y luego junto a Michel y Jessi presentamos el proyecto ILIDI, contextualizando los resultados que llevamos para exponer. Terminamos comiendo pizzas, también charlando de todo.

El domingo emprendimos el regreso a Montreal con Michel, con la idea de aprovechar las paradas necesarias no solo para descansar sino también para conocer algún que otro ladito. Toronto y más precisamente Balmy Beach Park fueron los primeros destinos. Y también volvimos a entrar en Napanee, donde terminamos compartiendo un poutine viendo –de casualidad– el bis de una banda de country que justo estaba tocando en un parque.

Ya en Montreal, el lunes libre devino en un día de descanso, que se coronó con una caminata acompañando la procesión de artistas circenses que participaban del Festival des Arts de Ruelle –festival de las artes de callejón–, que justo era por el barrio. Percusión, marionetas, disfraces y cerveza –tibia, pero gratis–. Hasta el Marché Jean Talón ida y vuelta.

Solo quedaba la presentación de TOPO. Después del almuerzo elegí ir caminando para dejar grabado en mis retinas una vez más ese camino hacia el corazón del Mile End. Mientras Michel aprestaba la mesa, Roxane y Maxime prepararon el montaje que fue sede de la última charla de la gira. Entre bagels y samosas hubo un brindis final que se repitió al día siguiente, justo antes que Eva y Michel me despidieran en la estación Beaubien de la línea naranja del Metro, la que me llevaría a Lionel-Groulx, donde empalmé con el bus express con el que llegué al aeropuerto.

Se le llama efecto mariposa a un fenómeno que se relaciona con la teoría del caos y que implica que la existencia de una acción o situación determinada puede provocar una serie de situaciones o acciones sucesivas que terminan provocando un efecto considerable, que muchas veces no se tiene en cuenta o no parece corresponderse con aquella situación que le dio inicio. Me gusta pensar en esos pequeños sucesos y en cómo se encadenan unos con otros. Trato de aprender de esos pequeños gestos y agradecerlos, tanto como le agradezco a cada persona mencionada en esta pequeña crónica por sus aportes, por su apoyo y por ser parte del camino.

Lo más interesante –y tal vez lo más desafiante– es que uno, afortunadamente, nunca sabe cuál es la próxima parada.

Las canciones de cancha son una parte fundamental del folclore del fútbol: ya sean de aliento hacia el equipo propio, de crítica hacia los jugadores o de burla al equipo rival, no faltan nunca en ningún encuentro o competencia. Atendiendo a su amplia aceptación y proliferación popular, me propuse realizar un análisis de la ya popularísima Muchachos ahora nos volvimos a ilusionar, pero rastreando sus antecedentes, es decir, partiendo desde la canción Muchachos, esta noche me emborracho de La mosca tsé-tsé (2003), su paso y transformaciones en al ámbito del fútbol local y su adaptación como canción de aliento a la Selección Argentina con los versos propuestos por Fernando Romero, teniendo en cuenta las características de la música, las letras y su significado.

La canción tiene muchos puntos interesantes. Comienza desde la épica: no solo presenta el contexto geográfico sino su relación directa con sus héroes: Argentina es la tierra de Diego Maradona, Lionel Messi y los Héroes de Malvinas. Se posiciona a la voz en primera persona, lo cual genera también un vínculo directo con quien cante la canción.

Continúa con la frustración y la tristeza por ver a Argentina perder todas las finales importantes que se mencionaron más arriba. En ese “no te lo puedo explicar, porque no vas a entender” también está imbuido un carácter de intransferibilidad de la sensación, lo cual no es menor y de hecho puede ser ampliado a muchos temas en los que la argentinidad está presente: el sentir patrio, el peronismo, la cantidad de tipos de cambio no oficial, vivir con inflación pero igualmente mantener un nivel relativamente bueno de vida en relación a otros países vecinos. Estas situaciones no solo son muy complejas de explicar sino que difícilmente alguien que no las ha vivido en carne propia pueda entenderlas.

Incluso se puede entrever cierta relación metatextual con un spot que la AFA publicó en el 2018 en vísperas de la Final de la Copa Libertadores de ese año, protagonizada por Boca Juniors y River Plate y que por distintos motivos terminó disputándose en Madrid. Allí se consignaba que hay una serie de sucesos –haber contado con Maradona y con Messi, con el Papa Francisco y la propia final Boca vs. River– que son sencillamente inexplicables, y que no hay que tratar de entenderlos, sino sencillamente disfrutarlos. De allí se popularizó la frase que encarna Chiqui Tapia –presidente de la AFA– y que es utilizada en una multiplicidad de memes.

Si les dio curiosidad y les interesa conocer un poco más sobre la canción y su devenir popular, clickeando aquí pueden acceder al artículo completo, que cuenta con todas las fuentes y la bibliografía utilizada para realizar el análisis.

¡Gracias por pasar y por leer! y ¡vamos Argentina tricampeón!

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Cualquier intento de búsqueda sonora que pudiera haber pretendido al encarar la grabación de campo del metro de Panamá, fue opacado por una impactante noticia: ese miércoles 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud acababa de declarar oficialmente que el Covid-19 tenía ya categoría de pandemia.
Es así que igual subí al metro, grabadora en mano, en busca de documentar aquella particular situación. La ciudad de Panamá –como sucedió en tantas otras– se encontraba de pronto entre el miedo y la incredulidad, siendo que algunas personas comenzaron a recluirse de forma voluntaria; otras, que aún circulábamos por distintas motivaciones u obligaciones, no lográbamos entender o dimensionar el alcance de la situación; un último grupo se mantenía incrédulo frente a las declaraciones oficiales afirmando que no podía ser cierto y que seguramente no sería tan letal como los medios lo pintaban.
Por más que viajara en dirección al centro en hora pico de salida laboral, es decir, cuando la gente suele viajar hacia las afueras, al subir al metro me encontré con un panorama de desolación con apenas tres o cuatro personas viajando por vagón.

Allí, casualmente –o no– una mujer y un muchacho que parecían conocerse pero no en alto grado de confianza, hablaban sobre posibilidades de mitigar el virus y diversas formas de llevar adelante un cuadro con condiciones gripales con remedios caseros. Es así que este paisaje sonoro se vuelve también una escucha furtiva de esta conversación, en la que la cebolla morada es la principal protagonista.

El metro de la ciudad de Panamá es nuevo: fue iniciado en 2011 e inaugurado en 2014 y la tecnología que nos encontramos al transitarlo –estado de los coches, calidad de las grabaciones de las indicaciones– da cuenta de ello.
El paisaje sonoro final que escuchamos parte de grabaciones de campo realizadas entre las estaciones 12 de octubre y Vía Argentina, que luego fueron intervenidas para dar continuidad al relato.

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Después de un vuelo que sorpresivamente duró veinte minutos menos, al llegar a Formosa, Wilma nos pasaba a buscar a Ariana –que venía desde Uruguay– y a mí por el aeropuerto El Pucú.
Desde ese momento –y aunque era la primera vez que veía tanto a Wilma como Ariana–, la sensación de familiaridad que se respiraba era poderosa: mientras nos acercábamos al centro, hasta los nombres de personas que teníamos en común fueron invocados en medio de una charla que entrelazó nuestros intereses, vocaciones y proyectos.
Después de que Wilma nos diera una breve recorrida por el paseo de la costanera, llegamos al Hotel Internacional de Turismo, donde ya nos esperaba el –querido por todo el mundo– Fandos, que inmediatamente después de darnos la bienvenida, tiró:
– Ahora van a venir a tomar una cerveza, ¿no?
¿Cómo rechazar la oferta? diez minutos después de llegar estábamos en el restaurante del hotel conversando con Roberto y Patricia sobre la cultura Ache guaraní, que de forma tan comprometida y respetuosa están estudiando. También llegaron más tarde Lutiere y Alice, la cuota brasileña del evento.
Al día siguiente, después del desayuno y ya en la escuela donde tenían lugar las jornadas, nos reencontramos con el profe Rubén Orué, quien me presentó a Diana.
Entre charlas y ponencias, el cansancio acumulado ya me estaba complicando mantener la atención y los ojos abiertos, pero Emanuel, un amigo de Luján me preguntó si quería un mate para no dormirme, y ella me incluyó en la ronda ¡gracias por esos mates salvadores!
Por la tarde presenté mi charla y, más tarde, Mikrokosmika abrió el concierto de cierre. Las obligaciones de este lado de la frontera terminaban y nos esperaba un micro que nos llevaría camino a Asunción, pero que nos dejaría en la frontera, para que la crucemos caminando y continuemos el viaje divididos en dos combis, que completarían el recorrido.
Una vez llegados al hotel de la Secretaría Nacional de Deportes, nos distribuyeron en habitaciones, quedando yo con Federico y Lutiere. El episodio se remata con la falta de wifi en el hotel a causa de la tormenta que acababa de terminar, pero que gracias a Fermín –una red wifi libre que habilitó César desde su celular– quienes no teníamos datos pudimos mandar esos mensajitos tan importantes para avisar que llegamos bien.
Otra vez a dormir poco. A las 7.15 salimos camino a la Alianza Francesa, donde me tocaba un primer día de espectador. La acreditación en Mesa de entrada estaba a cargo de Belén y Paz, quienes además me prestarían más tarde, el enchufe donde tenían su compu para cargar mi celular.
Nos reencontramos con Fausto y Esteban, a quienes conocí en Resistencia meses atrás y charlamos un poco de algunas de las ponencias vistas.
El segundo día comenzaría similar, solo que después del almuerzo me tocaba presentar la charla de Paisajes sonoros subterráneos nuevamente. Después de pasear un ratito por la librería con Alice y ver los libros que se había comprado, Marina, a cargo de coordinar el armado y comienzo a término de mi charla, me interceptó y me llevó con algo de apuro al escenario principal, mientras esperábamos que el unipersonal de teatro, termine de recoger sus elementos del escenario. Quedaban diez minutos para largar.
Después de las palabras de presentación de Dani y Rubén, y moderado rigurosamente por Livi, compartí la experiencia del proyecto dándole lugar al conversatorio compartido con Alice, Miguel, Ariana y Lutiere, en el que contestamos interesantísimas preguntas del público.
Otras preguntas surgieron en charlas posteriores, como la pregunta de Bethania, acerca de si es posible hacer un largometraje que sea puramente sonoro. Aún me parece increíble despertar estas ideas en artistas provenientes de otras formaciones… aunque hay que decir que ella también estudia piano.
Cierre del evento, vuelta a Formosa, dormir y volver definitivamente.

Si bien este sería el momento de agradecer, comentaba Ariana en su charla que se había enterado que en guaraní, no existe traducción literal para gracias porque la gratitud es un estado permanente. Ese estado se denomina aguyje.

Aguyje entonces.
Nos vemos la próxima.

Captura de pantalla 2018-10-21 a las 11.12.36 p.m.

No se puede decir que las cosas hayan arrancado bien. Pero sí que se supieron encaminar.
Después de un tranquilo primer tramo de ida, aterrizando ese domingo en el aeropuerto de Newark, New Jersey, perdería el vuelo de conexión –junto con tantísimos hermanos sudacas– en una práctica que según me comentaron es recurrente en ese aeropuerto: todos los vuelos que llegan de Latinoamérica tienen un exhaustivo control migratorio de entrada a Estados Unidos –sí, aunque no sea ese tu destino final– que en el 80% de los casos, por la demora, provoca que se pierdan las conexiones.
Reprogramación. Retirar valija. Despachar valija. Cuatro horas extra de espera que se convertirían en seis, porque el vuelo reprogramado también tendría problemas técnicos, pero al fin, Montreal estaba a la vista.
Asado (barbacoa) de bienvenida en la casa de Eva y Michel donde nos reencontramos con Jessi, Rolando y Luis y donde conocimos a Rodrigo Velasco y a Pat y Miki.
El lunes, comenzaban ya los días de trabajo y teníamos a las 11am una reunión con Hugo en Lion d’Or, el lugar donde sería el concierto de cierre de ELO y donde presentaríamos Mother. Después de la coordinación técnica necesaria para ese día nos fuimos ya hacia TOPO, que se convertiría en nuestro lugar de trabajo durante toda la semana.
Comenzamos a trabajar en Mother: los textos, las visuales, el livecoding, la música, CineVivo, Logic, Hydra, Max/MSP, Resolume, el cronómetro, los dos proyectores simultáneos, las grabaciones de la voz y los ensayos generales, esos que Michel supo ver y disfrutar de forma anticipada al estreno.
Los días de trabajo eran exhaustivos pero cortábamos cada mediodía para ir a Marché Laurier a aprovisionarnos de pollos al horno y ensaladas, que llevábamos para almorzar en TOPO y que compartimos con Rodrigo, con Michel y con Mariza, que el miércoles pasó a visitarnos para conocer qué es lo que hacíamos.
Para el mediodía del viernes Mother ya estaba terminada. Nos tomamos lo que quedaba del día para descansar. Además, por la tarde llegaba de visita Luis (no nuestro Luis, sino Luis RGGTRN), con quien fuimos a recorrer el barrio italiano, que encontramos en plena fiesta.
Al día siguiente fuimos caminando hasta el centro y terminamos la noche con una comida en la casa de Alain y Mona –donde se estaban quedando Rolando y Jessi– donde, otro pollo y vino mediante, nos relajamos de una semana de trabajo intensa.
El domingo, compartíamos junto a Rodrigo una presentación pública de nuestros trabajos, una exposición / instalación / collage audiovisual colaborativo que presentamos en TOPO. Charlamos con toda la gente que se acercó y brindamos, como cierre de la residencia. Solo nos quedaba el estreno.
El lunes comenzó ELO, el encuentro de literatura electrónica [e-lit]. Estaba estructurado con charlas y presentaciones de papers en UQAM por la mañana y tarde y performances por la noche. Ese mismo día conocí a Claudia y a Verónica, la presencia argentina del evento. Sea donde sea, el viento nos amontona.
Ese lunes también era el cumple de Jessi, que, a pesar de no querer festejarlo, terminamos por convencerla de ir a Los tres amigos, solo porque mostrando el documento te regalaban un sombrero mexicano. A la mesa se sumaron Eva, Michel, Sylvaine y Mona.
El miércoles presentamos en ELO los dos trabajos con Andamio, primero Jessi y Rolando por la mañana y luego los tres juntos por la tarde. Se nos allanaba el camino de cara al cierre de la semana.
Ese viernes fuimos temprano a TOPO, ensayamos una vez más y guardamos todo para llevarlo a Lion d’Or. Llovía y nos costó conseguir transporte pero lo logramos.
El armado fue caótico entre el ruido a vajilla y cubiertos que había en el salón, ya que lo estaban preparando para la cena de la noche, pero llegamos a hacer una prueba completa antes del estreno.
Aunque pareciera mentira, la media hora que duró Mother, fue la media hora más apetitosa de toda la semana. En las mesas dispuestas a un lado del escenario, disfrutando de cada sonido puesto en escena, escuchando hasta las lágrimas el relato de Rolando, ese texto con el que en los ensayos me hacía el gil para que no me golpee la emoción.
Sin procesar mucho de todo lo que había pasado en esas dos semanas, al día siguiente cada quien volvía hacia donde le tocaba: Rolando y Luis a México, Jessi se quedó en Canadá comenzando su doctorado y yo a Buenos Aires.
Gracias Eva y Michel, gracias TOPO, gracias ELO y gracias a toda la gente que hizo posible que estas dos semanas sucedieran.
Como me gusta decir siempre: ¡nos vemos la próxima!

Estreno