A tan solo unas semanas del lanzamiento en plataformas digitales del álbum Costumbres Argentinas, con mucha alegría les quiero contar que llega el momento de su primera presentación en público. La cita será este viernes 10 de noviembre a las 19hs en el auditorio del Centro de Arte Sonoro [CASo], Riobamba 985 [Museo Casa del Bicentenario], Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

El concierto sonará en un sistema de sonido envolvente cuadrafónico y contará con la presentación de Fútbol, Locro y Tango, las tres piezas que componen el álbum, junto a algunas notas, comentarios y reflexiones que complementan y contextualizan al proyecto.

Me encantará poder compartir con ustedes esta primera presentación porteña, antes de que comience la gira federal. A quienes estén en la Ciudad y quieran acercarse a pasar una tardenoche de música y escuchas, está extendida la invitación: la entrada es libre y gratuita.

Les agradezco todo comentario y difusión.
Salud.

Después de mucho empeño y trabajo, finalmente llegó el estreno de Costumbres Argentinas, un proyecto en el que vengo trabajando desde el año 2017. El álbum reúne tres piezas que fueron pensadas, compuestas y presentadas en distintos momentos: Fútbol, que se estrenó en el año 2017 en el Festival Monaco Electroacoustique; Locro, estrenada en 2019 en un concierto en el Centro Cultural Recoleta en Buenos Aires; y Tango, que tuvo su estreno hace muy poquito en Mar del Plata, en la Semana de la Música Contemporánea del 2023.

Costumbres Argentinas es un álbum de música acusmática, esto es, un género de música que es compuesto con medios electroacústicos y que está pensado para ser exclusivamente escuchado en un sistema de parlantes. Y aunque estas tres piezas están concebidas para sonido envolvente, el álbum cuenta con reducciones a estéreo para que puedan ser escuchadas en cualquier sistema hogareño o incluso con auriculares.

Además, la música acusmática puede pensarse de distintas maneras: hay quienes prefieren utilizar sonidos generados desde cero, apelando a su carácter de inaudito; también hay quienes transforman sonidos grabados para que sea imposible reconocer su fuente, utilizándolos exclusivamente por sus características sonoras; por último hay quienes sí se permiten utilizar sonidos reconocibles, apelando a su condición semántica o referencial. Para el caso de Costumbres Argentinas, si bien se utilizan recursos de distintos tipos, la búsqueda es principalmente la de incluir esas sonoridades familiares que provienen de nuestra cotidianidad, permitiendo su reconocimiento y buscando generar otro tipo de vínculo desde la escucha.

El arte de tapa es obra de Facundo Leguizamón, quien después de adentrarse en el concepto del proyecto, se subió sin dudarlo para aportar sus filetes. El diseño de las piezas que acompañan al álbum es de María Paula Jaramillo Gómez.

Ya lo pueden escuchar en Spotify, en YouTube y en todas las plataformas digitales y pronto habrá una presentación en vivo. Espero que disfruten la escucha tanto como yo el haber trabajado con estos sonidos. Les agradezco de antemano por su escucha y, quienes quieran, pueden también compartirme sus comentarios, me encantará leerlos.

Salud.

Garufa, pucha que sos divertido. 
Garufa, vos sos un caso perdido. 
Tu vieja dice que sos un bandido. 
Porque supo que te vieron, la otra noche, 
en el Parque Japonés, chan-chán.

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El tango Garufa es uno de los tangos más populares en todo el mundo. Con música de Juan Antonio Collazo y letra de Roberto Fontaina y Víctor Soliño. Los tres montevideanos. Creo que esa estrofa de la letra de Garufa fue la primera que –a mis cuatro años– aprendí de una canción de adultos. Es decir: no una canción de cuna ni cualquiera de las que hubiera aprendido en el jardín de infantes. Y sin tener todavía el sentido de la vergüenza, incluso se la canté a un grabador de casete dejando un registro que algún día espero recuperar.

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Cuando estaba en primero o en segundo grado, mi escuela participó de un encuentro intercolegial con otras instituciones de la zona. Una de estas otras escuelas había preparado una versión coral del tango Volver. Me quedó tan marcado el arreglo que aún hoy en día recuerdo muy bien a cada una de las dos voces que le daban vida a la canción. Me caló profundo porque si bien la había escuchado alguna vez por la radio, en casa de mis abuelos, fue el momento en que de alguna manera entendí el concepto de cover y las posibilidades de versionar una canción.

El tango también es un gran protagonista en la música callejera. Los fuelles respiran al ritmo del dos por cuatro, sea en algún anden del subte porteño o en el puente peatonal de la estación de Temperley o en cualquier otra, en manos de músicos de diversas procedencias, que le dan vida una y otra vez a las más variadas melodías por una moneda.

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Agradezco especialmente a Dante Gentilezza –cuyo bandoneón suena en la pieza– por la paciencia y la dedicación para darle vida a muchos de los sonidos que conforman la pieza.

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Nacido en las orillas rioplatenses, el tango supo convertirse en un componente fundamental de la cultura argentina y de la historia reciente. Abrazando una mezcla única de sonoridades, personas y tradiciones, esta pieza revisita algunas situaciones características hiladas por algunos de los recuerdos que aquí aparecen.

Beca de Creación del Fondo Nacional de las Artes 2022
Premio AGN-CCK a piezas sonoras, Ministerio de Cultura de la Nación Argentina 2023

Los tiempos de pandemia han disparado la existencia de metaversos, pluriversos e infinidad de otros universos virtuales donde hemos aprendido a encontrarnos e interactuar. Es lógico pensar, que muchos de estos espacios van a continuar vigentes y que las cualidades de los materiales y objetos digitales que los componen serán estudiadas por nuevas disciplinas científicas, tal como la ciencia clásica ha intentado estudiar desde siempre todo fenómeno existente en el mundo que hasta hoy conocemos como real.

Así, mientras un mineral es una sustancia natural que tiene una composición química definida de cuerpo sólido e inorgánico, un metamineral es una sustancia artificial de composición digital.
La bitratina es un metamineral semiprecioso compuesto en su mayoría por conjuntos de datos con combinaciones muy complejas que dan como resultado diferentes tonos de verde y de amarillo.
Su nombre proviene de una derivación del vocablo inglés bit rate –tasa de bits– por la cantidad de datos que son procesados en una determinada unidad de tiempo, usualmente en un segundo.

Puede presentar prácticamente todos los colores e incluso hay ejemplares de bitratina que presentan varias tonalidades en cada uno de sus pequeños cristales triangulares.

Desde lo musical, Bitratina es una pieza de drone music, que también se conoce como drone ambient o dronescape, un estilo de música minimalista que se caracteriza por el uso de sonidos, notas o clústers sostenidos en el tiempo, siendo así lo más característico del género el hecho de ser sus composiciones piezas de una duración extendida y con pocas o muy medidas variaciones armónicas durante toda su extensión. La pueden encontrar en Spotify, con arte de María Paula Jaramillo Gómez.

También forman parte de esta serie las piezas Metacrosita y Pixelazuli, disponibles en plataformas.

¡Gracias por pasar, por leer y por escuchar!

En el año 2019 quise empezar a componer una pieza, se llamaba Kowloon. Conceptualicé un poco, tenía todo para ponerme a trabajar pero al sentarme en el estudio la cosa no fluía. No pasaba de unos pocos objetos sonoros que, para colmo, no me terminaban de convencer. Pero no soy de quedarme mirando la hoja en blanco. Si las hay, encaro otras ideas, pruebo con otros proyectos. Descanso. Dejo pasar el tiempo y más adelante, de alguna manera, todo suele volver a encaminarse. El tiempo es un sabio compañero.

Tres años después, más precisamente en abril de 2022, volví sobre el proyecto con un par de ideas frescas. Prendieron. La pieza la terminé en mayo y la estrené en junio en un concierto que organizamos junto a Gabi Yaya en la Universidad Nacional de Córdoba. Al día siguiente, como José Halac me había invitado a charlar un poco con sus estudiantes de composición, la volvimos a escuchar en ese contexto, más íntimo, si se lo quiere pensar así. Mientras contaba un poco del proceso creativo José me hizo un comentario que me quedó marcado, respecto a lo muy controlado que se sentía el uso del espacio y a lo cinematográfica que sonaba la pieza por momentos. Y pasó algo un poco mágico: el comentario apuntaba sobre algo que yo había trabajado mucho pero de lo que todavía no había hablado ni hecho explícito, no lo había puesto en palabras en ese aula. Es decir, sentí que la música había hecho lo propio. Y con eso me convencí de algo que no es muy común en mí –al menos cuando están recién salidas del horno–: que la pieza tenía algo que la hacía valer la pena.

La Canadian Electroacoustic Community [CEC] organiza anualmente el concurso JEU DE TEMPS / TIMES PLAY [JTTP], en el que regularmente, por reglamento, participan solamente canadienses. Sin embargo, en el pasado 2022, en una iniciativa fruto de la colaboración con el Centro Mexicano para la Música y las Artes Sonoras [CMMAS] se abrió el juego a que pudiéramos participar desde toda Latinoamérica. Y con el convencimiento de que la pieza tenía algo por contar, la mandé. Meses después, recibo la noticia: gané el Premio Hildegard Westerkamp, una de las categorías del concurso. Además, a quienes resultamos premiados nos dieron la posibilidad de enviar un proyecto para participar por una plaza de residencia artística en Sporobole, que como centro de artistas es parte de la red que conforma la CEC. Envié un proyecto nuevo, que también venía macerando hace tiempo y que creí que, en caso de quedar seleccionado, una residencia de las características que tenía esta, sería una buena oportunidad para comenzar a desarrollarlo. Al equipo curatorial de Sporobole le gusta mi propuesta y quedo seleccionado.

Vuelvo un momento en el tiempo al año 2016, en Manizales, Colombia. En el contexto del Mercado CirculART que organizó el Festival Internacional de la Imagen, conocimos a Eva Quintas y Michel Lefebvre, quienes representaban a TOPO, un centro de artistas de Montreal. Con Andamio teníamos un showcase de 30 minutos en el que presentamos dos piezas: El tren y El lenguaje de los árboles. A Eva y Michel les gustó nuestra performance y quedamos en contacto. El vínculo fue generoso: dos años más tarde –en 2018– fuimos invitados a una residencia de creación en Montreal, en las propias instalaciones de TOPO en la que compusimos Mother, la pieza con la que cerramos el encuentro de la Electronic Literature Organization, que ese año precisamente, fue en Montreal.

En 2022 volvimos a trabajar con TOPO. Esta vez, también en colaboración con el Centro de Cultura Digital [CCD] de Ciudad de México. A partir de un apoyo que ganamos en conjunto, pudimos lanzar una iniciativa de creación colectiva en literatura electrónica: la Incubadora de Literatura Digital [ILIDI], con el objetivo de apoyar la práctica de una cohorte de 20 artistas de Québec y México a través de un programa de intercambio y aprendizaje en creación digital que tuvo lugar en la virtualidad. El desafío siguiente era, durante algún momento de 2023, y ya lejos de las virtualidades obligadas por la pandemia, intentar montar los resultados –que corren en ámbitos de realidad virtual– en algún evento presencial con cascos VR. Así que aprovechando el hecho de la ida a Sporobole, organizamos dos presentaciones: en Factory Media Centre [FMC], en Hamilton; y en las propias instalaciones de TOPO, en Montreal, a la salida de la residencia.

Al llegar a Montreal, Gate me estaba esperando con un cartelito con mi nombre. Cruzamos caminando todo el estacionamiento y subimos a su auto, en el que después de dos horas de viaje, llegamos a Sherbrooke. Me hizo el primer recorrido guiado por Sporobole: la residencia, el estudio, el espacio de trabajo colaborativo y su oficina, donde conocí a Guillaume y a Michel Huneault, otro artista en residencia que partía al día siguiente y con quien compartimos una cerveza esa misma noche en Siboire Dépôt. Era el IPA day, cómo desaprovecharlo. Pasé el fin de semana haciendo caminatas y reconocimiento de terreno y el lunes conocí al resto del equipo: a Magalie, Erik, Léonie, Filipa, Nicolás y Chucrut. A Jessica y a Vicky las conocería al día siguiente. También en un almuerzo conocí a Pao –una argentina con quien oportunamente descansé del francés y del inglés– que después de contarle de qué iba mi residencia, me recomendó ir al Bois Beckett –un bosquecito que por momentos es muy solitario– como locación para el proyecto. Excelente servicio, pasé toda una tarde haciendo registro allá.

Según lo coordinado, el jueves de esa semana temprano me pasó a buscar Gate para acompañarme a ascender el Mont Orford. Tenía que ir a hacer registro sonoro y audiovisual así que allá fuimos. Además de conocer el camino, Gate es un gran técnico y un excelente contador de historias. Imposible pasarla mal o aburrirse. Volví con un montón de ideas y con las SD llenas de material para ponerme a trabajar.

Promediando el fin de semana –y por recomendación de Pao– también conocí a Danny, otro argentino con el que compartimos cervezas en Le Boq y planeamos una pequeña excursion en canoa al lago Magog, al que fuimos con Magalie y Chucrut, su perrita. Hubo mate y facturas, quién lo diría: como en casa.

El work in progress del trabajo realizado tuvo su momento público en una sesión de open studio que compartimos junto a Gabriel Mercure, otro artista que finalizaba su residencia casi a la par. Entre cervecitas, primero él y después yo, mostramos los avances de nuestros proyectos y charlamos un poco a partir de los comentarios que fueron surgiendo. Al cierre llegaría invitación de Vicky para ir a Mexi & Co, un restaurante mexicano donde compartimos una orden de nachos enorme –enorme– y una charla que supo tocar todos los temas.

El último día, con la residencia ya habiendo llegado a su fin pude también conocer a Éric Desmarais, el director general de Sporobole, charlar un poco del proyecto y tener un breve pero enriquecedor intercambio. Ya solo me esperaba el viaje en bus a Montreal. Después de un último brindis con Vicky frente a la terminal, encaré el viaje. Unos meses atrás, cuando conceptualizaba algunas ideas sobre el proyecto de la residencia jugué un poco con MidJourney y Dall-E, dos generadores de imágenes a partir de texto que operan con inteligencia artificial. Conservé unas pocas imágenes de esa sesión de experimentos, en especial unas sobre un campo entre verde y amarillo que se hizo visible a partir del pedido de un «paisaje de Sherbrooke con Mont Orford en el horizonte». Después de unos veinte minutos de viaje en bus, el paisaje me regaló una postal un tanto increíble: esos colores verdes y amarillos, los reales, aquellos de los que el algoritmo se alimentaba para hacer la generación de imágenes. Si bien sé cómo funcionan esas aplicaciones, ese acontecimiento me tuvo pensando por el resto del viaje. Me pareció fortuita la combinación, el momento del año para que se de esa paleta exacta, todo.

En Montreal nos reencontramos con Eva y Michel. Anfitriones de lujo por definición. Planeamos apenas con Michel el viaje hacia Hamilton, porque era el día siguiente. Como los boletos de tren ya estaban muy caros –suben de precio al querer comprarlos a último momento– definimos ir en auto. Un viaje de volante compartido que originalmente debía durar entre 6 y 7 horas que terminó siendo de casi 9 por la intempestiva tormenta de verano que nos azotó en la ruta. Por eso y por la parada en Napanee para comprar un par de vinos de Ontario –vinos de Sandbanks, recomiendo– para no llegar a lo de Jessi y Luis con las manos vacías. Llegamos casi a la madrugada, tomamos una cerveza y dormimos porque nos esperaba un día de montaje.

Después de desayunar, caminamos a Factory Media Centre para conocer el lugar y comenzar a montar –junto a la ineludible mano que nos dieron Eli y Jessi– los cascos VR y un par de compus corriendo las instalaciones virtuales. Por la tarde Kristina dio las palabras iniciales y luego junto a Michel y Jessi presentamos el proyecto ILIDI, contextualizando los resultados que llevamos para exponer. Terminamos comiendo pizzas, también charlando de todo.

El domingo emprendimos el regreso a Montreal con Michel, con la idea de aprovechar las paradas necesarias no solo para descansar sino también para conocer algún que otro ladito. Toronto y más precisamente Balmy Beach Park fueron los primeros destinos. Y también volvimos a entrar en Napanee, donde terminamos compartiendo un poutine viendo –de casualidad– el bis de una banda de country que justo estaba tocando en un parque.

Ya en Montreal, el lunes libre devino en un día de descanso, que se coronó con una caminata acompañando la procesión de artistas circenses que participaban del Festival des Arts de Ruelle –festival de las artes de callejón–, que justo era por el barrio. Percusión, marionetas, disfraces y cerveza –tibia, pero gratis–. Hasta el Marché Jean Talón ida y vuelta.

Solo quedaba la presentación de TOPO. Después del almuerzo elegí ir caminando para dejar grabado en mis retinas una vez más ese camino hacia el corazón del Mile End. Mientras Michel aprestaba la mesa, Roxane y Maxime prepararon el montaje que fue sede de la última charla de la gira. Entre bagels y samosas hubo un brindis final que se repitió al día siguiente, justo antes que Eva y Michel me despidieran en la estación Beaubien de la línea naranja del Metro, la que me llevaría a Lionel-Groulx, donde empalmé con el bus express con el que llegué al aeropuerto.

Se le llama efecto mariposa a un fenómeno que se relaciona con la teoría del caos y que implica que la existencia de una acción o situación determinada puede provocar una serie de situaciones o acciones sucesivas que terminan provocando un efecto considerable, que muchas veces no se tiene en cuenta o no parece corresponderse con aquella situación que le dio inicio. Me gusta pensar en esos pequeños sucesos y en cómo se encadenan unos con otros. Trato de aprender de esos pequeños gestos y agradecerlos, tanto como le agradezco a cada persona mencionada en esta pequeña crónica por sus aportes, por su apoyo y por ser parte del camino.

Lo más interesante –y tal vez lo más desafiante– es que uno, afortunadamente, nunca sabe cuál es la próxima parada.