En el año 2018 con Andamio fuimos invitados por TOPO y el Conseil des arts du Québec a realizar una residencia de unas semanas en Montreal, para producir una performance de literatura expandida y presentar en la Electronic Literature Organization [ELO] los avances de una investigación que estábamos llevando adelante sobre eso mismo.
Durante el principio de la estadía, para ir desde la casa de Eva y Michel –donde me quedaba– al laboratorio de TOPO –donde trabajábamos– me movía entre dos suburbios: La Petit-Patrie y el Mile End. Como la distancia era poca, caminaba casi siempre.
Sin embargo, la semana en la que se desarrolló la conferencia ELO, nos tocaba ir casi todos los días al centro ya que el evento era hosteado por la Université du Québec à Montréal [UQAM]. Fue entonces cuando el recorrido se alargó y comencé a utilizar mucho más el metro: a la ida de Beaubien a Berri-UQAM, y exactamente al revés al regresar por las noches.
Precisamente, este paisaje sonoro retrata una de esos regresos del centro al barrio, un día de semana cerca de las 8 o 9 de la noche.
Desde lo sonoro, el metro de Montreal es llamativo por un clásico arpegio ascendente que es utilizado a modo de alarma antes de cerrar las puertas. Dú dú dúuuuu, se escucha. Fa, si bemol y fa. Este sonido es una imitación del sonido de aceleración de los viejos trenes –los cuales tuve la suerte de conocer en una visita anterior a la ciudad– en los cuales estas tres frecuencias audibles eran causadas por el aumento incremental de corriente al motor. Así, por lo característico de la melodía y a modo de homenaje, en el año 2012 se incluyó esta alarma de cierre de puertas con amplia aprobación de su público usuario.
El tránsito y re escucha de este metro me encontró trabajando en el concepto de imagen pensativa, que es definido por Jaques Rancière en su obra El espectador emancipado (2019), entendiéndolo como una tensión entre distintos modos de representación. Una zona gris entre lo connotado y denotado podríamos decir, en términos Barthesianos. Walter Benjamin lo entendería como una zona indeterminada entre las posibilidades de la reproducción técnica y la intención poética impregnada en el aura de la pieza. Así, hablar de imagen pensativa es señalar «la existencia de una […] zona de indeterminación entre pensado y no pensado, entre actividad y pasividad, pero también entre arte y no-arte» (2019, p. 105).
¿Es posible trasladar este concepto de imagen pensativa a lo sonoro? sin dudas el paisaje sonoro tiene su parte técnica ligada a las condiciones del registro: el tipo de micrófono y técnicas utilizados, la condición del punto de escucha, los planos que se han elegido priorizar, hasta incluso la frecuencia exacta de las notas que conforman el dú dú dú; pero también cuenta con una intención poética referida a lo que las combinaciones de sonidos, los montajes elegidos desde el proceso compositivo representan y evocan.
Rancière plantea que allí donde hay pensatividad, hay arte, puesto que de una mera reproducción técnica jamás podría desprenderse esta zona gris en la que se disparan nuevas sensaciones, nuevas interpretaciones posibles de una misma cosa. Tal vez, lo pensativo sea una manera más para entender al paisaje sonoro como parte del universo actual de las posibilidades con las que cuentan la música y el arte sonoro.