Como muchos de ustedes saben –lo he contado por aquí mismo– hace unos años vengo empujando este proyecto llamado Pienso y no sé nada: un pódcast destinado principalmente a brindar recursos y aliviar el tránsito de quienes tienen que resolver una tesis o un proyecto de investigación. Como la comunidad que acompaña el pódcast ha venido creciendo de un tiempo a esta parte de manera sostenida, fue volviéndose cada vez más viable pensar en la posibilidad de dar un salto hacia un formato físico.
Es así que luego de un año de mucho trabajo e idas y vueltas respecto a la edición, el armado y la corrección, el libro vio la luz: titulado Pienso y no sé nada. Herramientas y recursos para destrabar el armado de un plan de tesis aborda precisamente esta primera etapa tan necesaria de cualquier proyecto de investigación. Y si bien los once capítulos en los que está estructurado el libro mantienen una coherencia cronológica en términos de cómo se encara el armado de un plan, los contenidos funcionan operativamente si se los consulta de manera independiente como si fuera un manual o una guía práctica. Además, para quien quiera hacer el camino opuesto, cada capítulo del libro contiene las referencias a los distintos episodios del pódcast en los que se trata cada tema.
Si no conocieran el proyecto, les extiendo especialmente la invitación a ver de qué se trata y aportar su apoyo suscribiéndose en YouTube [ link ] agradeciéndoles de antemano por esto, que es de gran ayuda en términos de visibilidad.
El libro –que fue editado por Editorial Biblos dentro de la colección Metodologías– lo pueden encontrar o bien encargar en cualquier librería del país, en la tienda online de la propia editorial [ link ] o por correo electrónico o mensaje directo conmigo. Además, prontamente estará disponible en ePub para todo el mundo.
Les agradezco muchísimo por todo el apoyo al proyecto durante todo este tiempo, y espero que sea la primera de muchas novedades y proyectos de este 2025.
Unos minutos después de acomodarme donde –gracias a la impecable coordinación de María– me hospedé los días pasados en Resistencia, me escribió Ale Reyero para comentarme que estarían junto a Maia Navas almorzando a tan solo unas cuadras, e invitándome a sumarme. Fue de esos momentos raros en los cuales uno termina conociendo personalmente a quienes ya ha tratado en la virtualidad, en encuentros anteriores y demás, y donde prima cierta familiaridad a pesar de no haber compartido antes un espacio en persona. Cosas de la época en la que nos toca vivir.
La primera obligación era en el Club Social Resistencia, donde iba a inaugurarse al día siguiente la muestra de estudiantes, docentes y graduados y de la que, como invitado del encuentro, también yo formaba parte. Allí tenía que probar sonido para la presentación de Costumbres Argentinas y, de paso, ver cómo iba el montaje de Metaminerales –la videoinstalación de la imagen que acompaña este texto–. Brevemente nos entendimos con el equipo de pasantes, un grupo de estudiantes que de manera voluntaria daban una mano para con la producción del evento, coordinados por Ale Barboza, a quien también conocí en ese momento: predispuesto a que todo salga según lo previsto o mejor y dando una mano personalmente para la cosa funcione con una calidez excepcional. Tipazo.
Después de asegurar que todo estuviera listo para la inauguración del día siguiente, me presentaron a Ale –aka el Cheche– y el plan fue que encaráramos para el predio de la Bienal, donde Nico Ojeda presentaba una escultura sonora: Si un árbol cae en el monte. Si bien la cosa venía un poco demorada, sirvió de excusa para cruzarnos, tomar un cafecito y charlar un rato. Y por supuesto conocer un poco más de los desechos electrónicos, su gestión y cómo Nico había construido esa pieza. Laburazo.
Al día siguiente comenzaba el Congreso. Ya desde tempranito estábamos haciéndole el aguante a Agustina, Carolina, Sofía y Romina, que moderadas por Maia Bradford hicieron una impecable presentación de sus proyectos audiovisuales, cada una con sus particularidades, motivaciones y búsquedas. Yo aproveché para tomar notas de algunas cuestiones que resonaron bastante con temas que iba a tocar en mi propia charla de la tarde. Como siempre, todo está conectado con todo.
Fuimos a almorzar pastas, y se nos unió Miguel Almirón –que recién llegaba a Resistencia, después de un largo periplo en micro– a quien conocí en ese momento. Charlamos de la universidad, de los temas de investigación y de la vida aquí y allá.
Por la tarde era mi charla, en el espacio Sinergia del predio de la Bienal. Fuimos desde el centro caminando con Miguel, impresionándonos de la cantidad de gente que estaba dando vueltas. Llenísimo el predio. Llegamos bien a tiempo para escuchar las palabras de apertura de parte de las autoridades y, después de la presentación de parte de Ale, Maia y Cheche –desde su rol como comité académico del congreso– poder pasar a compartir mi charla, que tuvo una buena recepción y generó un lindo espacio de debate posterior. Ya le quedaba solo un pasito más al día: la inauguración de la muestra en el Club Social, así que hacia allá fuimos.
En la vereda, mientras esperábamos que iniciara el evento conocí a Lucho, que además me dio una mano para hacer algo de registro de la videoinstalación. Hicimos juntos además un recorrido por la muestra, y siendo que él es profe y conocía la mayoría de los proyectos, fue una suerte de guía que supe encontrar para acceder a otro nivel de lectura para con las piezas expuestas.
Terminamos este largo día yendo a comer a un bar, que a pesar de ser miércoles estaba llenísimo. Al equipete del comité académico se sumaron también Eve y Mariana –que estaban brindando un workshop de videodanza por las mañanas–. Necesario distender y hacer catarsis al menos un poquito después de darle tanto a la trabajación.
Aunque al congreso le quedaba un día más, siendo que el viernes tenía que volver a cerrar un seminario presencial en Buenos Aires, el jueves era mí último día en Resistencia. Así que después del almuerzo, volvimos al Club Social para organizar la presentación de Costumbres Argentinas. Allí volvimos a organizar la técnica junto a Agustín, María, Ludmila y Joel, pasantes que con mucha dedicación recablearon la consola dejándola lista para la sesión de escucha, que salió fantástica.
No me queda más que agradecer por la invitación y por haberme confiado tanto la charla como las presentaciones de piezas en el contexto del Congreso. Para mí siempre es una alegría compartir estos espacios de reflexión e intercambio. Y una alegría doble poder volver a Resistencia después de estos seis años que pasaron en el medio.
Así que, para no hacerla más larga: gracias. Muchas gracias a quienes trabajaron para que todo fuera posible. Espero que, por acá o por allá, nos veamos pronto. ¡Hasta la próxima!
En el año 2019 quise empezar a componer una pieza, se llamaba Kowloon. Conceptualicé un poco, tenía todo para ponerme a trabajar pero al sentarme en el estudio la cosa no fluía. No pasaba de unos pocos objetos sonoros que, para colmo, no me terminaban de convencer. Pero no soy de quedarme mirando la hoja en blanco. Si las hay, encaro otras ideas, pruebo con otros proyectos. Descanso. Dejo pasar el tiempo y más adelante, de alguna manera, todo suele volver a encaminarse. El tiempo es un sabio compañero.
Tres años después, más precisamente en abril de 2022, volví sobre el proyecto con un par de ideas frescas. Prendieron. La pieza la terminé en mayo y la estrené en junio en un concierto que organizamos junto a Gabi Yaya en la Universidad Nacional de Córdoba. Al día siguiente, como José Halac me había invitado a charlar un poco con sus estudiantes de composición, la volvimos a escuchar en ese contexto, más íntimo, si se lo quiere pensar así. Mientras contaba un poco del proceso creativo José me hizo un comentario que me quedó marcado, respecto a lo muy controlado que se sentía el uso del espacio y a lo cinematográfica que sonaba la pieza por momentos. Y pasó algo un poco mágico: el comentario apuntaba sobre algo que yo había trabajado mucho pero de lo que todavía no había hablado ni hecho explícito, no lo había puesto en palabras en ese aula. Es decir, sentí que la música había hecho lo propio. Y con eso me convencí de algo que no es muy común en mí –al menos cuando están recién salidas del horno–: que la pieza tenía algo que la hacía valer la pena.
La Canadian Electroacoustic Community [CEC] organiza anualmente el concurso JEU DE TEMPS / TIMES PLAY [JTTP], en el que regularmente, por reglamento, participan solamente canadienses. Sin embargo, en el pasado 2022, en una iniciativa fruto de la colaboración con el Centro Mexicano para la Música y las Artes Sonoras [CMMAS] se abrió el juego a que pudiéramos participar desde toda Latinoamérica. Y con el convencimiento de que la pieza tenía algo por contar, la mandé. Meses después, recibo la noticia: gané el Premio Hildegard Westerkamp, una de las categorías del concurso. Además, a quienes resultamos premiados nos dieron la posibilidad de enviar un proyecto para participar por una plaza de residencia artística en Sporobole, que como centro de artistas es parte de la red que conforma la CEC. Envié un proyecto nuevo, que también venía macerando hace tiempo y que creí que, en caso de quedar seleccionado, una residencia de las características que tenía esta, sería una buena oportunidad para comenzar a desarrollarlo. Al equipo curatorial de Sporobole le gusta mi propuesta y quedo seleccionado.
Vuelvo un momento en el tiempo al año 2016, en Manizales, Colombia. En el contexto del Mercado CirculART que organizó el Festival Internacional de la Imagen, conocimos a Eva Quintas y Michel Lefebvre, quienes representaban a TOPO, un centro de artistas de Montreal. Con Andamio teníamos un showcase de 30 minutos en el que presentamos dos piezas: El tren y El lenguaje de los árboles. A Eva y Michel les gustó nuestra performance y quedamos en contacto. El vínculo fue generoso: dos años más tarde –en 2018– fuimos invitados a una residencia de creación en Montreal, en las propias instalaciones de TOPO en la que compusimos Mother, la pieza con la que cerramos el encuentro de la Electronic Literature Organization, que ese año precisamente, fue en Montreal.
En 2022 volvimos a trabajar con TOPO. Esta vez, también en colaboración con el Centro de Cultura Digital [CCD] de Ciudad de México. A partir de un apoyo que ganamos en conjunto, pudimos lanzar una iniciativa de creación colectiva en literatura electrónica: la Incubadora de Literatura Digital [ILIDI], con el objetivo de apoyar la práctica de una cohorte de 20 artistas de Québec y México a través de un programa de intercambio y aprendizaje en creación digital que tuvo lugar en la virtualidad. El desafío siguiente era, durante algún momento de 2023, y ya lejos de las virtualidades obligadas por la pandemia, intentar montar los resultados –que corren en ámbitos de realidad virtual– en algún evento presencial con cascos VR. Así que aprovechando el hecho de la ida a Sporobole, organizamos dos presentaciones: en Factory Media Centre [FMC], en Hamilton; y en las propias instalaciones de TOPO, en Montreal, a la salida de la residencia.
Al llegar a Montreal, Gate me estaba esperando con un cartelito con mi nombre. Cruzamos caminando todo el estacionamiento y subimos a su auto, en el que después de dos horas de viaje, llegamos a Sherbrooke. Me hizo el primer recorrido guiado por Sporobole: la residencia, el estudio, el espacio de trabajo colaborativo y su oficina, donde conocí a Guillaume y a Michel Huneault, otro artista en residencia que partía al día siguiente y con quien compartimos una cerveza esa misma noche en Siboire Dépôt. Era el IPA day, cómo desaprovecharlo. Pasé el fin de semana haciendo caminatas y reconocimiento de terreno y el lunes conocí al resto del equipo: a Magalie, Erik, Léonie, Filipa, Nicolás y Chucrut. A Jessica y a Vicky las conocería al día siguiente. También en un almuerzo conocí a Pao –una argentina con quien oportunamente descansé del francés y del inglés– que después de contarle de qué iba mi residencia, me recomendó ir al Bois Beckett –un bosquecito que por momentos es muy solitario– como locación para el proyecto. Excelente servicio, pasé toda una tarde haciendo registro allá.
Según lo coordinado, el jueves de esa semana temprano me pasó a buscar Gate para acompañarme a ascender el Mont Orford. Tenía que ir a hacer registro sonoro y audiovisual así que allá fuimos. Además de conocer el camino, Gate es un gran técnico y un excelente contador de historias. Imposible pasarla mal o aburrirse. Volví con un montón de ideas y con las SD llenas de material para ponerme a trabajar.
Promediando el fin de semana –y por recomendación de Pao– también conocí a Danny, otro argentino con el que compartimos cervezas en Le Boq y planeamos una pequeña excursion en canoa al lago Magog, al que fuimos con Magalie y Chucrut, su perrita. Hubo mate y facturas, quién lo diría: como en casa.
El work in progress del trabajo realizado tuvo su momento público en una sesión de open studio que compartimos junto a Gabriel Mercure, otro artista que finalizaba su residencia casi a la par. Entre cervecitas, primero él y después yo, mostramos los avances de nuestros proyectos y charlamos un poco a partir de los comentarios que fueron surgiendo. Al cierre llegaría invitación de Vicky para ir a Mexi & Co, un restaurante mexicano donde compartimos una orden de nachos enorme –enorme– y una charla que supo tocar todos los temas.
El último día, con la residencia ya habiendo llegado a su fin pude también conocer a Éric Desmarais, el director general de Sporobole, charlar un poco del proyecto y tener un breve pero enriquecedor intercambio. Ya solo me esperaba el viaje en bus a Montreal. Después de un último brindis con Vicky frente a la terminal, encaré el viaje. Unos meses atrás, cuando conceptualizaba algunas ideas sobre el proyecto de la residencia jugué un poco con MidJourney y Dall-E, dos generadores de imágenes a partir de texto que operan con inteligencia artificial. Conservé unas pocas imágenes de esa sesión de experimentos, en especial unas sobre un campo entre verde y amarillo que se hizo visible a partir del pedido de un «paisaje de Sherbrooke con Mont Orford en el horizonte». Después de unos veinte minutos de viaje en bus, el paisaje me regaló una postal un tanto increíble: esos colores verdes y amarillos, los reales, aquellos de los que el algoritmo se alimentaba para hacer la generación de imágenes. Si bien sé cómo funcionan esas aplicaciones, ese acontecimiento me tuvo pensando por el resto del viaje. Me pareció fortuita la combinación, el momento del año para que se de esa paleta exacta, todo.
En Montreal nos reencontramos con Eva y Michel. Anfitriones de lujo por definición. Planeamos apenas con Michel el viaje hacia Hamilton, porque era el día siguiente. Como los boletos de tren ya estaban muy caros –suben de precio al querer comprarlos a último momento– definimos ir en auto. Un viaje de volante compartido que originalmente debía durar entre 6 y 7 horas que terminó siendo de casi 9 por la intempestiva tormenta de verano que nos azotó en la ruta. Por eso y por la parada en Napanee para comprar un par de vinos de Ontario –vinos de Sandbanks, recomiendo– para no llegar a lo de Jessi y Luis con las manos vacías. Llegamos casi a la madrugada, tomamos una cerveza y dormimos porque nos esperaba un día de montaje.
Después de desayunar, caminamos a Factory Media Centre para conocer el lugar y comenzar a montar –junto a la ineludible mano que nos dieron Eli y Jessi– los cascos VR y un par de compus corriendo las instalaciones virtuales. Por la tarde Kristina dio las palabras iniciales y luego junto a Michel y Jessi presentamos el proyecto ILIDI, contextualizando los resultados que llevamos para exponer. Terminamos comiendo pizzas, también charlando de todo.
El domingo emprendimos el regreso a Montreal con Michel, con la idea de aprovechar las paradas necesarias no solo para descansar sino también para conocer algún que otro ladito. Toronto y más precisamente Balmy Beach Park fueron los primeros destinos. Y también volvimos a entrar en Napanee, donde terminamos compartiendo un poutine viendo –de casualidad– el bis de una banda de country que justo estaba tocando en un parque.
Ya en Montreal, el lunes libre devino en un día de descanso, que se coronó con una caminata acompañando la procesión de artistas circenses que participaban del Festival des Arts de Ruelle –festival de las artes de callejón–, que justo era por el barrio. Percusión, marionetas, disfraces y cerveza –tibia, pero gratis–. Hasta el Marché Jean Talón ida y vuelta.
Solo quedaba la presentación de TOPO. Después del almuerzo elegí ir caminando para dejar grabado en mis retinas una vez más ese camino hacia el corazón del Mile End. Mientras Michel aprestaba la mesa, Roxane y Maxime prepararon el montaje que fue sede de la última charla de la gira. Entre bagels y samosas hubo un brindis final que se repitió al día siguiente, justo antes que Eva y Michel me despidieran en la estación Beaubien de la línea naranja del Metro, la que me llevaría a Lionel-Groulx, donde empalmé con el bus express con el que llegué al aeropuerto.
Se le llama efecto mariposa a un fenómeno que se relaciona con la teoría del caos y que implica que la existencia de una acción o situación determinada puede provocar una serie de situaciones o acciones sucesivas que terminan provocando un efecto considerable, que muchas veces no se tiene en cuenta o no parece corresponderse con aquella situación que le dio inicio. Me gusta pensar en esos pequeños sucesos y en cómo se encadenan unos con otros. Trato de aprender de esos pequeños gestos y agradecerlos, tanto como le agradezco a cada persona mencionada en esta pequeña crónica por sus aportes, por su apoyo y por ser parte del camino.
Lo más interesante –y tal vez lo más desafiante– es que uno, afortunadamente, nunca sabe cuál es la próxima parada.
Las canciones de cancha son una parte fundamental del folclore del fútbol: ya sean de aliento hacia el equipo propio, de crítica hacia los jugadores o de burla al equipo rival, no faltan nunca en ningún encuentro o competencia. Atendiendo a su amplia aceptación y proliferación popular, me propuse realizar un análisis de la ya popularísima Muchachos ahora nos volvimos a ilusionar, pero rastreando sus antecedentes, es decir, partiendo desde la canción Muchachos, esta noche me emborracho de La mosca tsé-tsé (2003), su paso y transformaciones en al ámbito del fútbol local y su adaptación como canción de aliento a la Selección Argentina con los versos propuestos por Fernando Romero, teniendo en cuenta las características de la música, las letras y su significado.
La canción tiene muchos puntos interesantes. Comienza desde la épica: no solo presenta el contexto geográfico sino su relación directa con sus héroes: Argentina es la tierra de Diego Maradona, Lionel Messi y los Héroes de Malvinas. Se posiciona a la voz en primera persona, lo cual genera también un vínculo directo con quien cante la canción.
Continúa con la frustración y la tristeza por ver a Argentina perder todas las finales importantes que se mencionaron más arriba. En ese “no te lo puedo explicar, porque no vas a entender” también está imbuido un carácter de intransferibilidad de la sensación, lo cual no es menor y de hecho puede ser ampliado a muchos temas en los que la argentinidad está presente: el sentir patrio, el peronismo, la cantidad de tipos de cambio no oficial, vivir con inflación pero igualmente mantener un nivel relativamente bueno de vida en relación a otros países vecinos. Estas situaciones no solo son muy complejas de explicar sino que difícilmente alguien que no las ha vivido en carne propia pueda entenderlas.
Incluso se puede entrever cierta relación metatextual con un spot que la AFA publicó en el 2018 en vísperas de la Final de la Copa Libertadores de ese año, protagonizada por Boca Juniors y River Plate y que por distintos motivos terminó disputándose en Madrid. Allí se consignaba que hay una serie de sucesos –haber contado con Maradona y con Messi, con el Papa Francisco y la propia final Boca vs. River– que son sencillamente inexplicables, y que no hay que tratar de entenderlos, sino sencillamente disfrutarlos. De allí se popularizó la frase que encarna Chiqui Tapia –presidente de la AFA– y que es utilizada en una multiplicidad de memes.
Si les dio curiosidad y les interesa conocer un poco más sobre la canción y su devenir popular, clickeando aquí pueden acceder alartículo completo, que cuenta con todas las fuentes y la bibliografía utilizada para realizar el análisis.
¡Gracias por pasar y por leer! y ¡vamos Argentina tricampeón!
Cualquier intento de búsqueda sonora que pudiera haber pretendido al encarar la grabación de campo del metro de Panamá, fue opacado por una impactante noticia: ese miércoles 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud acababa de declarar oficialmente que el Covid-19 tenía ya categoría de pandemia. Es así que igual subí al metro, grabadora en mano, en busca de documentar aquella particular situación. La ciudad de Panamá –como sucedió en tantas otras– se encontraba de pronto entre el miedo y la incredulidad, siendo que algunas personas comenzaron a recluirse de forma voluntaria; otras, que aún circulábamos por distintas motivaciones u obligaciones, no lográbamos entender o dimensionar el alcance de la situación; un último grupo se mantenía incrédulo frente a las declaraciones oficiales afirmando que no podía ser cierto y que seguramente no sería tan letal como los medios lo pintaban. Por más que viajara en dirección al centro en hora pico de salida laboral, es decir, cuando la gente suele viajar hacia las afueras, al subir al metro me encontré con un panorama de desolación con apenas tres o cuatro personas viajando por vagón.
Allí, casualmente –o no– una mujer y un muchacho que parecían conocerse pero no en alto grado de confianza, hablaban sobre posibilidades de mitigar el virus y diversas formas de llevar adelante un cuadro con condiciones gripales con remedios caseros. Es así que este paisaje sonoro se vuelve también una escucha furtiva de esta conversación, en la que la cebolla morada es la principal protagonista.
El metro de la ciudad de Panamá es nuevo: fue iniciado en 2011 e inaugurado en 2014 y la tecnología que nos encontramos al transitarlo –estado de los coches, calidad de las grabaciones de las indicaciones– da cuenta de ello. El paisaje sonoro final que escuchamos parte de grabaciones de campo realizadas entre las estaciones 12 de octubre y Vía Argentina, que luego fueron intervenidas para dar continuidad al relato.